lunes, 18 de abril de 2011


Era de noche y la luna apenas se dejaba ver entre las esponjosas nubes que amenazaban con una mañana de lluvia.
Me encontraba desnudo en la calle, el viento acariciaba mi cuerpo y el olor a humedad penetraba hasta mis huesos.
Era un momento de desesperación, había recibido una llamada desoladora; me decía que ya no te volvería a ver, que me quedaría sin decirte por última vez te quiero, no volvería a sentir tu aliento en mi cuello, no volvería a sentir tu piel.
Corrí, corrí como un loco, como un auténtico poseso. Era mi última oportunidad, necesitaba volver a mirarte.
Las piedras se clavaban en mis pies, las hiervas cortaban mis piernas, la lluvia que en ese momento comenzaba a caer me desvelaba de aquella pesadilla de noche.
Llegue al acantilado; apenas veía el fondo, solo escuchaba el contoneo del mar y los golpes del oleaje contra las rocas.
Cerré los ojos, pensé en ti y di un paso al frente. Mientras caía volví a gritarte; “esta vida no tiene sentido sin ti”.

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